El cuerpo es nuestro templo, pero un templo móvil que tiene que estar en constante actividad. No es como un objeto inerte que si se guarda sin ser intervenido por años permanecerá bien conservado con el pasar del tiempo. El cuerpo no puede darse ese lujo. Al contrario, hay que ponerlo en Acción.
El ser humano es considerado un ser biológico, por lo tanto requiere de ciertas necesidades para subsistir. Como seres biológicos entonces, nos sujetamos a una serie de leyes de la naturaleza que no controlamos y ante las cuales siempre estaremos condicionados, siendo esa nuestra base; y también es la oportunidad de desarrollarse más complejamente.
Someter voluntariamente al cuerpo a situaciones incómodas no es lo más común. El cerebro siempre quiere ahorrar energía y almacenar lo más posible para el resto del día. Además, para poner en este escenario al cuerpo se necesita tolerancia al dolor y asimilarlo o aceptarlo como parte del día a día. Para eso hay que olvidarse de que sin movimiento, o sin incomodar al cuerpo se pueda disfrutar de una buena salud y calidad de vida.
Cuando uno inicia sus primeras clases en un box de Acción, lo hace con algo de tensión por lo desconocido, porque vamos a enfrentar algo que nos puede dejar en evidencia, tanto en la técnica de los ejercicios, la duración de los mismos, la resistencia que se requiere, y la condición que tenemos, elementos que para la mayoría de los que pisamos el box por primera vez no manejamos. Y esa incertidumbre del WOD que tendremos que enfrentar es algo emocionante y muy retador, que nos obliga a concentrarnos y enfocarnos.

Llega el momento de calentar. El cuerpo se empieza a preparar para la exigencia, nuestro nivel de pulsaciones comienza a aumentar, el ritmo cardiaco se altera, el cronómetro se enciende y que comience el juego. El profesor nos explica los ejercicios y las diferentes variantes según el nivel de cada alumno, ya que todos tienen diferente estado físico. Ahí, mientras el profe habla, se percibe un trabajo de mentalización de cada alumno, en el que vamos registrando los movimientos, intentando repetirlos internamente para poder hacer bien el trabajo.
Nos disponemos a hacer el AMRAP o la ronda del día y poco a poco vamos haciendo uso de nuestra experiencia, de lo que nos acordamos y de lo que no tenemos idea lo vamos anotando en la cabeza para aprenderlo. A pesar de que varios no logremos finalizar el AMRAP o no se hagan las rondas que cada uno esperaba completar, son momentos únicos que hay que pasar, porque sin dolor no hay crecimiento.
Esto es insertarse en un escenario algo hostil al principio, como si fuera un campo de batalla pero interna, de lucha pero personal, de uno contra uno mismo, donde se nos pasa por la mente parar en la mitad del WOD, o dosificar antes de terminar la ronda porque pareciera que ya no se puede más.
Cuando el profe ve que paramos y nos dice, “sin pensarlo tanto, sigan”, es porque estamos en una competencia interna en la que la mente no quiere hacer otra repetición y el cuerpo solo obedece, porque parece que no podemos pero sabemos que si estamos en un contexto ambiental positivo, el cuerpo también obedece, y puede hacer algo más, pero esa lucha es en la mente. Así que sí, el cuerpo puede, siempre puede algo más de lo que la mente cree.
Pero este es un ring sin oponente y, por tanto, el arte del autoimpulso permanente, el noble oficio de llevarse a nuevos niveles de energía, nuevos niveles de actitud, de carácter, al punto de convencernos de ir por otro burpee y otro jump squad.
Tan básico pero tan clave como moverse. Moverse, moverse, moverse. A eso nos enfrenta el box. A alterar la condición de quietud, de pasividad física, sacarnos de la mente el sedentarismo como una opción en la vida. Por eso hay que creer que se puede, ayudarse del impulso que te entrega el mismo box y los compañeros en esa hora, que son tu equipo y que están dándolo todo.
Es necesario evolucionar como seres biológicos y entender que hacer ejercicios es tan vital como alimentarnos, hidratarnos o dormir. Eso, a medida que se va asimilando, entreno tras entreno, se va poniendo entretenido.
El desafío constante sacará de nosotros la mejor versión. Por eso, además de hacer un hábito entrenar, debemos también hacer un hábito el entrenar consciente, con buena disposición, porque es esto es algo con lo que vamos a tener que lidiar siempre.
A veces la situación es insoportable por el día que estamos pasando, o porque parece que retrocedemos en nuestro rendimiento. Pero “nadie sabe lo que puede un cuerpo”, dijo el filósofo neerlandés Baruch Spinoza, sobre el poder ilimitado del individuo y nuestra tarea es averiguarlo, en cada desafiante WOD.
Esa oportunidad te la entrega el box, un espacio para dejar de lado las excusas y seguir con todo en la batalla como si fuera lo último que tuviéramos que hacer. Recordemos que sin dolor no hay verdadero crecimiento, así que para provocar cambios debemos pasar por momentos a los que no estamos adaptamos pero que a la larga nos harán más fuertes.